PICCHI

Silvano Picchi (1922-2005) nació en la ciudad italiana de Pisa el 15 de enero de 1922. Su familia emigró a la República Argentina en 1925, país que más tarde adoptaría como propio y donde luego nacieron sus tres hijos. Se estableció en Córdoba.

En 1939 se trasladó a Buenos Aires para estudiar en el Conservatorio Nacional de Música donde tuvo por maestros en violín y materias teóricas a Emilio A. Napolitano, Constantino Gaito, Floro M. Ugarte, Athos Palma, Roberto Garcia Morillo, Artura Luzzatti, Giardo Gilardi, Alberto Ginastera, Abraiam Jurafsky y Vicente Fattone, entre otros. También de forma particular estudió violín con Carlos Maria Ramos Meia y análisis musical con Erwin Leuchter.

La tarea de composición, en la que se considera autodidacta, centraliza prácticamente toda su actividad a partir de 1948, de forma independiente y sin vincularse a tendencia determinada en el campo estético, pero apuntando a un lenguaje contemporáneo y lógico, nada espectacular ni vanguardista, que le permite expresarse con absoluta libertad.

Desde enero de 1962 ejerce la crítica musical en el diario «La Prensa» de Buenos Aires. En los años 1964 y 1965 fue catedrático en el Conservatorio Municipal Manuel de Falla de Buenos Aires.

En 1970 el Consejo Provincial de Difusión Cultural de Tucumán le comisiona una obra que se estrena ese mismo año en el Teatro San Martín de Tucumán. Se trata de «SM70» presentada por la Orquesta de la Universidad tucumana.

Su obra musical actualmente es prácticamente desconocida. Escribió unas siete sinfonías de las cuales apenas hemos encontrado referencias.

La «Sinfonía Breve» fue compuesta en 1970 para orquesta de cuerda, encargada por el Programa de Música de la Fundación Bariloche. Con una duración de unos cinco minutos fue estrenada en el mismo año en el Teatro Colón de Buenos Aires, interpretada por la Camerata Bariloche.

La «Sinfonía Nº 2» fue compuesta en 1977 con una duración de unos 30 minutos.

La “Sinfonía Nº 3” fue compuesta en 1979 con una duración de unos 22 minutos. Escrita en un estilo muy cromático empieza con un movimiento agitado. El segundo movimiento corresponde a la sección lenta de la sinfonía, de carácter lírico pero bastante disonante. El tercer movimiento posee secciones contrastadas continuando en el estilo modernista del compositor. Música difícil de apreciar para el público.

La “Sinfonía Nº 5” (Vivaldiana) fue compuesta para orquesta de cuerdas a pedido de la Fundación Banco Mayo y dedicada a los jóvenes que estudian. Está dividida en cuatro movimientos. Fue estrenada por la Orquesta de Cámara Mayo dirigida por Emir Saul el 9 de mayo de 1989 en el Auditorio de Belgrano.

El primer movimiento, quasi allegretto, de carácter muy cromático va aumentando su intensidad expresiva de forma dramática, en un estilo que llega a la atonalidad, hasta terminar con una coda bastante agresiva.

El segundo movimiento, adagietto, es de carácter más tranquilo, pero dentro del ambiente dramático otorgado por sus frecuentes disonancias. En la parte final aparecen secciones con características rítmicas.

El tercer movimiento, largo e molto tranquillo, corresponde a la sección lenta de la sinfonía. Música de carácter reflexivo siguiendo su estilo atonal característico.

El cuarto movimiento, allegro grazioso, empieza mediante un tema rítmico contrastando con el movimiento anterior. Destaca el primer violín en su carácter solista con referencias vivaldianas, pero sin introducir ninguna cita.

Como es habitual en el autor, los aludidos movimientos no encajan con las formas tradicionales del género, aunque intentan rescatar el espíritu de la Sinfonía. En el último movimiento la presencia de un violín solista rememora la imagen del célebre músico veneciano, aunque sin acudir a citas textuales.

Algunas de sus obras pueden escucharse en la página de Internet SoundCloud. Además de las dos anteriores sinfonías, el «Concierto para violín y orquesta» compuesto en 1952 y modificado en 1965, el «Quartettino» compuesto en 1993, la «Sonata Nº 7 para piano», la «Suite Primavera» para piano compuesta en 1971 y las «Tres Microdanzas» para piano de 1948. También podemos escuchar la «Sonatina Inconstitucional « para violín y piano compuesta en 1982.

Hasta 1984, fecha de la consulta efectuada a su catálogo, registra 91 títulos que excluyen voluntariamente la ópera, la música para cine y la electrónica, pero comprende el género sinfónico, el sinfónico-coral, coral, la música de cámara y para diversos instrumentos solistas, para voz acompañada, etc.

De esa totalidad de obras 37 fueron estrenadas en importantes teatros y salas de concierto de Buenos Aires y varias de ellas se han tocado en países de Europa y Asia, siendo muchas premiadas.

Escribió numerosas obras de cámara, canciones y piezas para coro, guitarra, órgano y piano. Entre sus composiciones destacan «Ruth» cantata bíblica para solista, coro y orquesta compuesta en 1963, el «Concierto en dos movimientos» para piano y orquesta compuesto en 1965, «Eue», canto fúnebre sobre un tema africano para orquesta de cuerda de 1968, «Homenajes» para orquesta de 1969 y «Corda XXII» para guitarra y cuarteto de cuerdas de 1968. Escribió además numerosa música de cámara, canciones y obras para coro, guitarra, órgano y piano. El compositor murió en 2005.

Terminamos con unas interesantes palabras del compositor parte de una entrevista que lleva como título «El compositor argentino no existe».

El compositor argentino no existe. La sociedad argentina no necesita compositores, o tiene un cupo muy limitado para ellos. El que se dedica seriamente al trabajo de crear música de la mal llamada «clásica» está excluido de la sociedad argentina. Pensar en esto como profesión, en absurdo. Lo ha sido siempre, pero ahora lo es más que nunca.

Cuando en 1975 se cumplió el centenario del nacimiento de Maurice Ravel, el Teatro Colón ejecutó absolutamente toda la producción de este compositor. Jamás a un compositor argentino, en el país ni en el extranjero, se le ha ejecutado toda su obra. Entonces, en mi calidad de periodista, averigüé cuánto dinero había costado los derechos de autor de Ravel. La suma total, dividida por doce, no alcanzaba a un sueldo mínimo. Esto me hizo escribir que ni siquiera Ravel habría podido vivir de la composición en la Argentina.

El público no nos conoce; las sociedades de conciertos, tampoco; y el Estado, menos que menos. El compositor debe proveer la obra, y además, el «material de orquesta» y conformarse con la «gloria». Por esto, la composición, en nuestro país, es sólo un hobby caro, no una profesión. El compositor argentino no existe. El problema viene de muy lejos. El desconocimiento de la propia actividad, lo que significa preparar una obra sinfónica. Se cree que es lo mismo que copiar un poema.

La escritura musical permanece en un sistema medieval, un trabajo de amanuense, del que no es posible escapar, porque no existe otro procedimiento, y eso, lógicamente, es sumamente costoso. Generalmente lo hace el propio compositor. Además, como en el país ya no se imprime papel vegetal pentagramado, especial para la preparación de las matrices de la partitura y las partes individuales, se hace necesario que el autor pierda horas en el rayado de las pautas. Porque pensar en la edición de música, para el compositor es algo así como un lujo oriental.