PEDRO I

Pedro I de Brasil (1798-1834) nació en Lisboa el 12 de octubre de 1798, hijo del príncipe João, el futuro rey de Portugal João VI y de Carlota Joaquina. Su padre era muy amante de la música y consiguió el mejor maestro portugués de su época, Marcos Portugal (1762-1830), para la educación musical de su hijo.

En 1808 Pedro y toda su familia se embarcaron para Brasil por el avance de las tropas napoleónicas. Marcos Portugal llegó también al Brasil en 1811 pudiendo continuar la educación del niño.

Pedro recibió las primeras lecciones de composición de Sigismund von Neukomm, alumno favorito de Haydn, que llegó a Rio de Janeiro en 1816. Después de la proclamación de la independencia del Brasil el 7 de septiembre de 1822, el príncipe dirigió al país con el nombre de Pedro I hasta el mes de abril de 1831, cuando abdicó a favor de su hijo Pedro II (1825-1891).

El padre de Pedro, que había sido coronado como Juan VI, dispuso el matrimonio del príncipe con la archiduquesa María Leopoldina, hija del emperador Francisco I de Austria. El matrimonio, por poderes, se efectuó el 13 de mayo de 1817. Cuando la recién casada llegó a Río de Janeiro el 6 de noviembre se enamoró de inmediato de Pedro, que le resultó mucho más encantador y atractivo de lo que había esperado.

La misa nupcial, con la ratificación de los votos previamente ofrecidos por los representantes, se celebró al día siguiente. De este matrimonio nacieron siete hijos: María de la Gloria. más tarde María II de Portugal, Miguel, Juan, Jenara, Paula, Francisca y Pedro, más tarde Pedro II de Brasil.

En febrero de 1821 la esposa de Pedro I, Leopoldina, escribe a su padre, Francisco I de Austria, Mi esposo que también es compositor te envía una Missa Solene, Sinfonía y Te Deum, de su propia autoría, hablando sinceramente es un poco teatral lo cual es culpa del compositor, pero lo que puedo garantizar es que fue compuesto por él sin ninguna ayuda. Estas partituras todavía no se han descubierto en Austria, pero vista la fecha de la carta es posible que Leopoldina se refiriera al mismo Te Deum.

Con el respaldo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la actual Argentina. un pequeño grupo declaró en abril de 1825 la independencia de Cisplatina, la provincia más meridional de Brasil. Si bien el Gobierno percibió en un primer momento el desafío como un levantamiento insignificante, las Provincias Unidas, que esperaban anexionarse el territorio, se involucraron más en el asunto y causaron preocupaciones más serias. Como escarmiento, el Imperio declaró la guerra en diciembre. El emperador viajó a la provincia de Bahía, en el nordeste, en febrero de 1826 y se llevó a su mujer y a su hija María. Tenía como objetivo recabar apoyos para la guerra y los lugareños lo recibieron con los brazos abiertos.

Entre el séquito imperial se encontraba Domitila de Castro Canto y Melo, por aquel entonces vizcondesa y más tarde marquesa de Santos, quien había sido amante de Pedro I desde que se conocieran hacia 1822. Aunque nunca había sido fiel a María Leopoldina, siempre había intentado ocultar sus escapadas sexuales con otras mujeres. No obstante, la atracción por su nueva amante había llegado a ser flagrante y sin límites, al tiempo que su esposa tenía que soportar las ofensas y ser objeto de cotilleos. El monarca se mostró cada vez más grosero y arisco para con ella, la dejó con poco dinero, le prohibió abandonar el palacio y la forzó a estar siempre con Domitila, su dama de compañía. Su amante, mientras tanto, aprovechó la ocasión para favorecer sus intereses y los de su familia y amigos. Aquellos que buscaban favores o la promoción de sus proyectos ignoraban cada vez más los canales legales y, en cambio, le pedían ayuda a ella.

                          Domitila de Castro Canto y Melo

Pedro partió de Río de Janeiro rumbo a São José, provincia de Santa Catarina, el 24 de noviembre de 1826. De allí marchó a Porto Alegre, ciudad capital de Río Grande del Sur y en la que estaba estacionado el ejército. A su llegada, el 7 de diciembre, se encontró con que las condiciones militares eran peores de las que se había imaginado a partir de los informes. En palabras del historiador Neill Macaulay, reaccionó con su habitual energía: emitió una gran cantidad de órdenes, destituyó a supuestos timadores e incompetentes, fraternizó con las tropas y, en general, dio una sacudida a la administración militar y civil. Durante su regreso a Río de Janeiro, se le comunicó que María Leopoldina había fallecido el 11 de diciembre de 1826 después de abortar. 

Tras el fallecimiento de su esposa, Pedro reconoció que la había tratado mal y la relación con Domitila comenzó a desmoronarse. A diferencia de su amante, María Leopoldina era popular, honesta y lo amaba sin esperar nada a cambio. El emperador la echaba de menos sobremanera y ni su obsesión por Domitila le sirvió para sobreponerse al sentimiento de pérdida y arrepentimiento que lo embargaba.

Un día Domitila lo encontró en el suelo, llorando y abrazado a un retrato de su difunta esposa, cuyo espíritu, triste, aseguraba haber visto. Más tarde, el emperador abandonó la cama que compartía con ella y gritó: ¡Suéltame! Sé que llevo la vida indigna de un soberano. El pensamiento de la emperatriz no me abandona. No descuidó a los hijos, que se habían quedado huérfanos de madre, y en más de una ocasión se le vio con el joven Pedro en brazos y diciendo: Pobre hijo, eres el príncipe más infeliz del mundo.

Por insistencia de Pedro, Domitila acabó marchando de Río de Janeiro el 27 de junio de 1828. El emperador había decidido volver a casarse y convertirse en una mejor persona y llegó incluso a intentar convencer a su suegro de su sinceridad, al confiarle en una carta, que toda mi perversidad ha acabado, que no volveré a caer de nuevo en los errores, de los que me arrepiento y por los que he pedido perdón a Dios.

No consiguió convencer a Francisco I, que, profundamente ofendido por la conducta mostrada por su hija en el pasado, retiró su apoyo a las cuestiones brasileñas y frustró los intereses portugueses de Pedro. Dada su mala reputación en Europa, princesas de diferentes naciones del continente declinaron, una detrás de otra, sus proposiciones de matrimonio. Su orgullo quedó herido y le permitió a su amante volver, cosa que hizo el 29 de abril de 1829, tras cerca de un año fuera.

No obstante, al descubrir que se había arreglado un desposorio para él, decidió poner el punto final a su relación con ella, que regresó el 27 de agosto a la provincia de São Paulo, donde había nacido y donde se quedó. Días antes, el 2 de ese mismo mes, el emperador se había casado, por procuración, con la princesa bávara Amelia de Beauharnais, hija de Eugène de Beauharnais y Augusta de Baviera. Al conocerla en persona, quedó sorprendido por su belleza. Los votos se ratificaron en una misa nupcial celebrada el 17 de octubre. Amelia fue bondadosa y cariñosa con los niños y les brindó la normalidad que tanto necesitaban la familia y la población en general. Tras la marcha de la corte de Domitila, el compromiso del emperador de mejorar su actitud resultó ser sincero, no tuvo más aventuras y se mantuvo fiel a su esposa. En un intento por mitigar y superar los malentendidos del pasado, hizo las paces con José Bonifácio, su antiguo ministro y mentor.

El 10 de marzo de 1826 murió el rey João VI de Portugal, lo que dio lugar a una crisis de sucesión en el país. Su heredero, Pedro, se había proclamado emperador de Brasil en 1822. Juan tenía otro hijo, Miguel, que estaba exiliado en Austria después de haber liderado una serie de levantamientos contra su padre y el régimen liberal.

                                        María II de Portugal

El rey designó a su hija preferida, Isabel María, como regente, hasta que su heredero legítimo regresara al país. Pero jamás especificó quién era ese heredero, si era Pedro, el emperador, o Miguel, el príncipe en el exilio.

Pedro fue nombrado como su sucesor tomando el nombre de Pedro IV. Consciente de que la reunificación de Brasil y Portugal no sería vista con buenos ojos por ambas naciones, se apresuró a abdicar la corona de Portugal, cosa que hizo el 2 de mayo de 1826, en favor de su hija mayor María de la Gloria (1819-1853), la reina Doña María II, que sólo tenía siete años de edad, con la condición de que se casara con su tío Miguel y de que este aceptara la Constitución Liberal ejerciendo la regencia hasta que su sobrina alcanzara la mayoría de edad. 

Pese a la cesión del trono, Pedro continuó ejerciendo de rey ausente e intercedía en sus asuntos diplomáticos, así como en materia interna. Le resultó difícil, sin embargo, mantener su posición como emperador de Brasil al margen de sus obligaciones a la hora de proteger los intereses de su hija en Portugal.

Miguel fingió aceptar los planes de su hermano. Nada más ser declarado regente a comienzos de 1828 y con el respaldo de Carlota Joaquina, derogó la Constitución y, apoyado por los portugueses defensores del absolutismo, se proclamó rey con el nombre de Miguel I.

Durante el reinado de su esposo, María recorrió diversas cortes europeas, incluyendo la de su abuelo en Viena, así como Londres y París. El 15 de marzo de 1829, su padre el emperador de Brasil designó un Consejo de Regencia de tres personas presidido por el duque de Palmela, para encargarse del gobierno constitucional de Portugal en su reducto de las islas Azores.

Pedro abdicó del trono brasileño el 7 de abril de 1831, en favor de su hijo Pedro de Alcántara para tratar de que su hija María recuperara el trono portugués. Asumió la regencia para su hija el 3 de marzo de 1832. Y desde su base en las Azores atacó a Miguel, obligándole a abdicar en 1834 con la Convención de Évora-Monte. María II recobró la corona y consiguió la anulación del matrimonio con su tío.

Pedro murió de tuberculosis agotado por la guerra el 24 de septiembre de 1834, pocos meses después del final de la guerra  el 26 de mayo de 1834, para restaurar a su hija María al trono usurpado por su hermano Miguel. Habiendo liberado Portugal del absolutismo restableció la monarquía constitucional

Su hijo Pedro II de Brasil coronado el 18 de julio de 1841 fue el Emperador de Brasil hasta el golpe de estado militar el 15 de noviembre de 1889 instaurando la República. No opuso resistencia. Cuando se enteró de que había sido depuesto, simplemente dijo estas palabras: Si es así, me iré; he trabajado bastante y estoy cansado y me voy a descansar.

Hemos considerado importante conocer estas interesantes páginas de la historia de Brasil, aunque no tengan relación directa con la música.

Han existido muchos monarcas aficionados a la música pero pocos han sido compositores. La corta vida de Pedro I y sus compromisos políticos le impidieron realizar una obra más abundante.

Lo más importante es su música religiosa, Misas, Te Deum y los dos himnos, el de la Independencia del Brasil y el Constitucional.